sábado, 26 de marzo de 2011

Orquídea


Es difícil sustraerse a la fascinación que ejercen las orquídeas. Reclaman la atención de quien las contempla con un afán de exclusividad rayano en la hechicería. Orquídea, del griego orchis (testículo), fue descubierta y denominada así por Teofrasto en su obra ‘De causis plantarum’, debido a esos tubérculos en forma  de ‘cojoncillos’, con que cuentan las especies de hábito terrestre.

Sin embargo, ese hechizo que ejerce en quienes posan su mirada en ellas, no carece de un punto de aprensión o de recelo, al menos para mí. Hay algo en su belleza que me desasosiega; quizás sea su perfección o el sortilegio de su colorido, o su cuasi perfecta predisposición para la supervivencia.

Uno, que de esforzado senderista y observador del detalle, tiene poco, porque del campo le atrae el paseo, la vista de conjunto, el aire, el verdor, el recostarse o triscar por la hierba y gozar de la paz que Fray Luis de León (“¡Oh monte, oh fuente, oh río!/ ¡Oh secreto seguro deleitoso!”) y Horacio (“Beatus ille”) cantasen en sus escritos, vio por primera vez esa flor en Madrid, en una floristería de la calle de José Abascal. Arrancada de una rama, corto el tallo embutido en un pequeño frasco con agua, y en una cajita ad hoc, transparente, viajó en avión hacia Melilla más de una vez. Y así, tal como salía de la tienda a casi 700 kms. de distancia unas horas antes, permanecía meses y meses, sin perder un ápice de su frescor y belleza. Por excepción, en San Lorenzo, me hice con otra orquídea que solo fue flor de un día y una noche. Pero esa es otra historia que en nada afecta a esa propiedad única de estas flores, aunque para mí fuese aquél un día y una noche inolvidables. Se dice que las hay inmortales; de hecho se conocen algunas recolectadas en el siglo XIX que todavía crecen y florecen en muchas colecciones (Royal Botanic Garden, Kew. Science & Horticulture. “Orchid structure: the inflorescence”).

Se dice, incluso, que las epífitas, o sea, las que crecen sobre otro vegetal, normalmente árboles, usándolo solamente como soporte, pero sin parasitarlo, pueden ser eternas. De hecho, en la naturaleza, su supervivencia está ligada a la vida del árbol que las sostiene.

Parece haber algo mágico en esas flores (¿por qué suelen regalarse de una en una y no por ramos o docenas, como las rosas? ¿solo por su precio?) y quizás de ahí mi desasosiego hipnótico al contemplarlas; puede que sea su tendencia a la inmortalidad, o quizás la tersura de sus hojas, que a uno que es dado a buscar similitudes, se le antoja como muslo de  mujer. Motivos ambos de perturbación, ¿o no?


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