Enrique Larreta (1875-1961) fue un escritor argentino que pasó bastante tiempo en España. Formó junto a Unamuno y Zuloaga un trío de amigos famoso en su tiempo. Google dispone de toda la información que se desee obtener sobre todos ellos.
‘La Gloria de Don Ramiro (una vida de tiempos de Felipe II)’, publicada en 1908, y que figura entre sus mejores obras, cayó en mis manos de forma accidental, precisamente gracias a un comentario sobre el prólogo que para la misma hizo don Miguel de Unamuno cantando sus excelencias (recuerdo textualmente: “retrata como ninguna otra el alma castellana”), y que, desgraciadamente no encabeza la edición que tengo en mi poder.
La obra es una auténtica delicia tanto por su argumento como por su prosa. Se desarrolla casi al completo en Avila, de la que constituye un verdadero canto (a sus piedras, sus murallas, sus palacios, sus iglesias, su río Adaja). Centrada en el Torreón de los Guzmanes (actual sede de la Diputación Provincial, y domicilio de la familia De La Hoz en la obra), a lo largo de sus páginas desfilan apellidos y personajes tan célebres como los Águila, los Velada, los Valderrábano, los Bracamonte o los Dávila (sus mansiones y/o palacios siguen en pie en la ciudad amurallada, algunas transformadas en recomendables hoteles), figuras con nombres tan sugerentes como doña Guiomar, madre ascética y perennemente enlutada de Ramiro, o tan conocidas como Teresa de Cepeda, cuyo fallecimiento coincide con el inicio de la novela, Antonio Pérez, el célebre y proscrito secretario de Felipe II o el Greco. Larreta maneja a la perfección el ambiente en que se mezclan los diarios ‘milagros’ de los conventos abulenses en aquella época, la convivencia con los sospechosos y perseguidos moriscos, la hechicería, los pícaros, “los genoveses” (judíos prestamistas), el ojo siempre vigilante de la Inquisición, y esa mano, temible, poderosa, insomne, obsesiva y omnipresente de Felipe II desde El Escorial. La limpieza de sangre, la desconfianza hacia los conversos, una conspiración contra el rey, y en especial, el auto de fe en la plaza de Zocodover de Toledo, meticulosamente detallado, son asuntos que Larreta afronta descarnadamente, sin bálsamos ni emplastes.
Su prosa es un verdadero lujo. Riquísima, florida, penetrante, cautivadora, de arcaicas connotaciones en sus diálogos, salpicada de casticismos que la enriquecen, y cuyos recovecos hacen olvidar a veces la historia, para disfrutar de su modo de contarla.
Mi edición es la 13ª de Espasa y Calpe para la Colección Austral, de 1970, conseguida a través de Iberlibro, pero da igual, donde y como quiera que la halléis, no la dejéis pasar de largo. Os lo recomiendo encarecidamente.
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