Se llamaba Luis y llevaba en sus ojos toda la luz de los 16 años. Le llamé 'Pirata' por su afición a los juegos de ordenador por los que nunca estuvo dispuesto a pagar. Venía por casa, amigo de mi hijo y compañero de instituto, perenne mochila a cuestas cargada de discos, de música, de cómics y sobre todo de ilusiones de una vida por estrenar. Sus sempiternos vaqueros, deportivas de trekking, su camisa a cuadros siempre por fuera o la sudadera anudada al cuello, despreocupado de modas y convenciones.
-¿Conoce este juego?
-'Pirata', ya sabes que a mi no me van y no pierdo ni un minuto con ellos.
-Ya, pero me gustaría echar unas partidas y no me deja. Pide unas claves.
Y yo echaba un vistazo a la red o curioseaba los archivos a ver si descubría el truco, la forma de obviar. El me miraba hacer, esperanzado. Con toda la capacidad de esperanza que se tiene a esa edad. A veces había suerte y por un par de casualidades llegó a creerme un semidiós.
Tenía el don de caer bien, el 'Pirata', a todo el que topaba con él. Era franco y abierto, decía lo que pensaba sin pensar mucho lo que decía. Sin miramientos, hacía enarcar las cejas del oyente, pero nunca enfadaba.
-¿No te dejan usar el ordenata en casa?
-Estoy castigado. Un par de suspensos en lengua e inglés.
Hijo único del primer matrimonio de su madre; compartió luego en el segundo su existencia con una hermanilla rubia de ojos celestes, a quien paseaba orgulloso de la mano por las rotondas del parque. Siempre le vi feliz.
'Pirata', siempre fuiste puñeteramente inoportuno. Te conocía desde que tocabas el timbre: una nota corta, muy corta, como temiendo molestar con el sonido. Parecías elegir a propósito el peor de los momentos para venir con tus juegos. Pero siempre me alegró verte de nuevo y recibirte en mi despacho, de acotada admisión. Siempre fuiste bienvenido. Tras tirar la mochila en el sillón, hurgabas en ella buscando el CD o el diskette de turno. Lo sacabas con un gesto teatral y lo ponías ante mis ojos intentando sorprenderme. A veces, cuando tu padre te castigaba, yo te dejaba jugar un rato allí.
Maldito imbécil. Se me escapó un gemido cuando supe que habías muerto, 'Pirata'. Mi hijo me trajo la noticia. Me contó que tu felicidad solo era una fachada, que tu desparpajo y alegría de vivir eran la máscara que te pintabas cuando venías a casa. Que tus verdaderos problemas solo los contabas a tus amigos de verdad. Cuanto hubiese dado en esos momentos porque, en vez de juegos, me hubieses traído esos problemas, chaval. Te hubiese echado una mano. O lo hubiese intentado. No habrías acabado así, joder.
Colgado del perchero en el armario, ahorcado con una corbata de tu padre. Esa no es forma de morir, 'Pirata', maldito imbécil.
(Basado en una experiencia real)
2009
2009
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