sábado, 12 de marzo de 2011

Olvido, ma non tropo

“La muerte comienza por la memoria,
y la muerte de la memoria es la peor de todas,
en sus manos reside tu muerte mientras sigues vivo,
y sin ser consciente se te devuelve al analfabetismo”

(El café de Qúshtumar.- Naguib Mahfuz)
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Los comienzos tuvieron un armazón de detalles insignificantes. A veces una palabra desgastada por el uso que no lograba encontrar en las profundidades de su memoria, otras, una llamada o una cita echadas en el saco del olvido, algunas más, un error en su trabajo de rutina en la biblioteca, al devolver un libro al estante.

- Me estoy haciendo viejo – me decía sonriendo al advertirle de sus lagunas -, un día de éstos olvidaré hasta dónde está mi casa.

Algunos meses más tarde le noté preocupado. Sus errores se sucedían con la cadencia de un metrónomo. Delegó la ocupación de clasificar los libros, tomaba apuntes en enmarañados papeles que luego trastocaba en sus bolsillos, coleccionaba pistas en cuadernos y agendas que le hiciesen recordar sus obligaciones, sus horas, las campanadas de reloj de sus ocupaciones. Compró uno de bolsillo que hacía bip bip. Si me quedaba mirándolo, preguntaba angustiado:

- ¿Qué he olvidado ahora?

A veces observé una expresión de horror en su rostro. La alarma por sus frecuentes olvidos transformó su existencia, volviéndolo ansioso, desasosegado, como en vilo siempre. Cualquier cuestión que se le planteaba la derivaba íntimamente al plano exiguo de su problema. De buen grado aceptó, al cabo del tiempo, la sugerencia de dejarse aconsejar por un médico.

- Unos meses de descanso, cambiar de aires, y unas cápsulas de colores –me contó.

Volví a verlo seis meses después. Lo encontré al cruzar una calle, sonriente. Al preguntarle por su salud me contó, animado, que estaba mucho mejor, casi curado, que no había lagunas ya en su memoria, que había dejado de usar el reloj, los apuntes, la agenda, el batiburrillo de papeles que llenaba sus bolsillos, y que era el hombre más feliz del mundo. Pero no me conoció. Sus lagunas se habían transformado en un inmenso océano que había hecho naufragar sus recuerdos, como si fuesen barquitos de papel. Ya no existía, pues, la angustia de hilar unos recuerdos con otros, la preocupación de seguir la hebra que nos ata a las obligaciones con plazo fijo, la incomprensible alquimia del orden abecedario.

- ¿Le importaría acompañarme a casa? Sé que no está lejos, pero ahora no recuerdo en qué dirección.

(2004)

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