sábado, 12 de marzo de 2011

Un proceso para Kafka


La actuación de la Inquisición española nos dejó aberraciones y arbitrariedades de todo tipo cometidos en nombre de la fe católica. Abundante es la bibliografía sobre atropellos, crímenes y abusos cometidos, pero hace tiempo suscitó mi curiosidad un hecho insólito: el encausamiento seguido contra Fray Bartolomé de Carranza, Arzobispo de Toledo, porque reúne singularidades que llaman la atención, no sólo por la categoría del personaje, sino por las peculiaridades de su proceso.

Bartolomé de Carranza, navarro de nacimiento, ve la luz a comienzos del siglo XVI (en 1503, tres años después que el emperador Carlos V), y toda su vida es ejemplo de dedicación a la teología, la religión y las buenas obras, destacando por su proverbial generosidad. Ingresa como dominico y cursa estudios en Alcalá y Valladolid, obteniendo el grado de Maestro en Teología en Roma. Su reconocido prestigio le hace ser nombrado representante, como teólogo imperial, en el Concilio de Trento, donde consta que participa activamente. A su vuelta, es promovido a Provincial de Castilla.

Hombre eminente, desprendido con los necesitados y amante de la docencia, siempre huye de títulos y cargos, a pesar de su enorme influencia en la Corte. Carlos V le ofrece el obispado de Canarias y el de Cuzco, pero Carranza rehusa ambos nombramientos. A la muerte del Cardenal Silíceo, ha de aceptar sin embargo, por imposición de Felipe II y tras haberlo rechazado en tres ocasiones, el arzobispado de Toledo. Consta que tras su toma de posesión, emplea 80.000 ducados de la “dote catedralicia” en redimir cautivos, sustentar viudas, casar huérfanas, ayudar a hospitales y otras obras similares.

Profundamente convencido de los principios tridentinos, arremete en sus escritos, en multitud de ocasiones, contra clérigos que tenían desatendidos a sus fieles y sus parroquias. En especial ataca con extrema dureza a Fernando de Valdés (“Controversia de necessaria residentia personali Episcopum”), quien a lo largo de sus 25 años de obispado, jamás se ha dedicado a atender sus diócesis en Orense, Oviedo, León, Sigüenza o Sevilla, y ha permanecido en la Corte desempeñando altos cargos de gran influencia, como Presidente del Consejo de Castilla, de la Cancillería de Valladolid o del Consejo de Estado. La enemistad entre ambos clérigos se hace patente y sin retorno. Con lo que no cuenta Carranza es con que a Valdés le nombrasen, en 1547, Inquisidor General, en aquél tiempo el cargo más poderoso e influyente tras el Rey, y en cuyo puesto sólo fue superado en severidad y rigor por Fray Tomás de Torquemada. A él se debe la versión española del “Indice de Libros Prohibidos”, versión corregida y aumentada del original lovainés, y por qué no decirlo, la fundación de la Universidad de Oviedo.

Valdés comienza de inmediato, y en secreto, a investigar a Carranza: sus actos, sus palabras y sus escritos, en especial sus “Comentarios al catecismo cristiano” publicado en Flandes. ¡Este será su caballo de batalla y su más preciada baza! La influencia de Valdés en la corte le ayuda a desparramar sospechas de herejía en los oídos más cercanos a Felipe II (se habla incluso de Bernardo de Fresneda, confesor real, como mediador propicio), hasta ocasionar la total enemistad entre el Rey y Carranza. Nombra luego a Melchor Cano, otro influyente teólogo, para que le ayude en la investigación. Se cuenta que éste y Carranza se encontraron tras que el segundo administrase la extremaunción en Yuste a Carlos V, en el ejercicio de su cargo de arzobispo de Toledo. Carranza se sincera y comenta a Melchor Cano sus sospechas sobre las investigaciones que la Inquisición realiza sobre él, pero Cano calla. No le dice que acude a Valladolid, llamado por Valdés para enjuiciar teológicamente su catecismo, ni que se cuenta ya con dispensa del Papa de Roma para procesarle.

Carranza recibe aviso de presentarse en Valladolid para declarar ante el Tribunal, pero antes de emprender el camino, se presenta en Torrelaguna, donde residía aquél verano, un poderoso personaje enviado por la Inquisición, el juez Rodrigo De Castro, a cenar con él. Conforme a una maniobra que se repetirá más de una vez durante aquél reinado, la comida transcurre en un ambiente agradable y distendido. Pero mientras ambos cenan como amigos, un pregón por parte de oficiales y corchetes que servían de séquito a De Castro, advierte al pueblo que no salga de casa, se cierren puertas y ventanas, prohibiéndose el tránsito por las calles de la villa, bajo pena de severos castigos. Es la noche del 22 al 23 de agosto de 1559. A las 3 de la madrugada es detenido Fray Bartolomé de Carranza e incautadas todas sus pertenencias y documentos. Se le traslada a Valladolid, donde ingresa en las cárceles de la Inquisición, dando comienzo a un proceso que duraría diecisiete años.

Pero Carranza no se rinde y contraataca. Recusa al Inquisidor General Valdés como juez de su causa por enemistad manifiesta, incidente que se decanta a su favor nombrándose un sustituto. Pero la venganza de Fernando de Valdés es ya una rueda que no hay forma de parar. En la cárcel inquisitorial vallisoletana, Carranza pasa ocho años de su vida, mientras se instruye el proceso. Escribe Gregorio Marañón que de las 43.000 páginas, celosamente custodiadas en la Academia de la Historia, “no se sacará un solo adarme de convicción sobre la herejía de aquél prelado, y sí sólo una inmensa piedad para él y una indisimulable repugnancia para sus perseguidores”.

La prolijidad y lentitud del sumario, así como la categoría del encausado, deciden al Papa (Pío V) a reclamar para sí proceso y procesado, pero eso no supone ninguna mejora para Carranza, que es trasladado a Roma y pasa otros nueve años en las mazmorras del lóbrego castillo de Sant'Angelo, impidiéndosele incluso la celebración de la misa. Roma nombra una comisión de teólogos de Trento para examinar el catecismo de Fray Bartolomé, que lo aprueba en todos sus términos; pero él no es liberado. Continúa el juicio, actuando como defensor de Carranza el también teólogo navarro Martín de Azpilicueta, de meritoria labor, hasta que el mismo Pío V, después de asistir a multitud de sesiones, decide dictar sentencia declarándole inocente. Sin embargo, ésta debe ser conocida por Felipe II antes de hacerse pública, para lo que el Papa envía un embajador con dicha misión, pero el retraso (a todas luces propiciado por el Rey para paliar el traspiés de la Inquisición) ocasiona que, a la vuelta del embajador, Pío V haya fallecido. Clemente XIII, su sucesor, presionado por motivos políticos, decide modificar el veredicto tratando de contentar a todos sin conseguirlo, y condena a Carranza como “VEHEMENTEMENTE SOSPECHOSO DE HEREJÍA”, obligándole a abjurar “ad cautelam” (algo parecido a “arrepentirse por si las moscas”) y sancionándole a retrasar 5 años su incorporación al Arzobispado de Toledo.

Por fin, en 1576, después de casi diecisiete años de cautiverio, Fray Bartolomé de Carranza es puesto en libertad. Muere 18 días después, en la misma Roma.

--------------

El 10 de diciembre de 1993, gracias a las gestiones del cabildo catedralicio, sus restos fueron traídos a la ciudad de Toledo para su inhumación en un sepulcro preparado en la “Dives Toletana”. Un suceso, sin embargo, casi da al traste con el evento: el acto estuvo a punto de suspenderse por un apagón de siete horas, que sumió en la oscuridad a la ciudad del Tajo. Pero cuentan quienes estuvieron allí que el efecto de la iluminación mediante la luz de las velas, a que obligó el incidente, puso un toque especialmente emotivo a la esperada ceremonia.

Cerca de allí, en el Hospital que lleva su nombre, yace otro Inquisidor General: el cardenal Juan Pardo de Tavera, cuya estatua yacente esculpida por Berruguete aprovechando el vaciado del rostro efectuado tras su fallecimiento, causa el impacto sorprendente de la más real de las muertes. Aún así, gozó de las caricias que Catherine Deneuve dejó en su horrendo rostro, mientras rodaba la “Tristana” de Buñuel.

Y es que a la justicia, tanto humana como divina, se la representa con ojos vendados, quizás para evitar su sonrojo.

(2004)

No hay comentarios:

Publicar un comentario