sábado, 12 de marzo de 2011

Fue un mal aire

Fue un mal aire. Lo que mató a Martín, o al menos eso dijeron. Tirado en medio de la calle, muerto de perfil sobre el polvo que emborronó su traje nuevo, los dedos engarfiados en la tierra intentando sujetar su último suspiro y la rodilla escuadrada presta a escalar la solana polvorienta. Y un zapato allá. El viento en remolino convocó algunas hojas tostadas del otoño, y un perro mendigo de ojos pitañosos olisqueó la mano muerta.

El viejo Malasangre, sosteniéndose en su única pierna, golpeó con la muleta para asegurarse.

- Hace tiempo que lo buscabas -dijo escupiendo al cadáver-. Maldita sea tu sombra.

Y renqueando dio vuelta y se alejó, escoltado del perro tiñoso.

Tras rendijas de puertas atrancadas, entre pliegues de cortinas de arpillera, ojos temerosos y vacíos, contemplaban la muerte enjuta de Martín. Martín "el Conde", el señorito, el santificador de mañanas de sueño y noches de tardanza, el crápula perdulario, castigador y perdonavidas, el temblor de las mujeres y, aún más, de los maridos, los padres o los novios. 

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