La Giralda quiso huir
de su esclavitud de piedra,
para cambiarse en mujer,
para gozar como hembra.
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La vio paseando de noche,
envidiosa, la Giralda,
el Barrio de Santa Cruz
por el Callejón del Agua.
Suspiró por el perfume,
que entre sus manos llevaba,
de jazmín recién cortado
en plena Plaza de España.
Y envidió sus ojos grises
y hasta su voz castellana,
y la mano de aquél hombre
que su cuerpo entrelazaba.
"¡Ay! Quién pudiera cambiar
mi repicar de campanas
por el rumor de las fuentes
y por sus perlas de agua.
O por la pasión de un beso
próximo a la madrugada,
que me haga ver que soy reina
del corazón que me ama."
(A Azucena, que se enamoró de Sevilla)
(Diciembre 2000)
(Diciembre 2000)
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