
Conocí Segovia hace 3 ó 4 años y, al despedirme aquella vez, me prometí a mí mismo que volvería de nuevo. Le gente del sur, la que pasa su vida junto al mar, suele adorar la estepa castellana, y yo soy de esos. La semana pasada cumplí mi promesa, volví, paseé sus calles en plena euforia de su festival folk, hice fotos de su Acueducto y de su peculiar románico (San Martín, San Millán, San Esteban, la Vera Cruz), disfruté lujurioso otra vez de su gastronomía, subí a la torre de Juan II, atardecí en la Fuencisla y reviví las batallas comuneras a las órdenes de Don Juan Bravo. Pero si tan sólo un recuerdo se me concediera conservar, elegiría la sencillez, la calma, el reloj de sol parado a las 10 de la mañana del momento en que visité la minúscula y humilde casa (pensión) donde vivió Antonio Machado.
La calle de los Desamparados, donde se encuentra, discurre casi desde San Esteban (con su magnífica torre románico-bizantina) en dirección al Alcázar, dando su espalda a pocos metros del barranco por donde discurre el Eresma. Su fachada no mide allá más de tres metros y, casi como excepción dentro de las de Segovia, se halla pintada de blanco (¿el sur atávico llevado al color de la cal?), con un sólo balcón lleno de macetas de geranios (impactante nota de color) y enredaderas que se descuelgan del que fue su asomo al exterior. Un sendero de piedras lleva hasta la puerta atravesando el verde césped que lo separa (o lo une, vaya usted a saber) a la calle estrecha, sombría y retorcida. La minúscula vivienda tiene la suerte de atrapar el primer sol de la mañana, que en los gélidos inviernos de Castilla no es poca cosa.
Desde 1.919 a 1.932 permanece Machado en la ciudad del Acueducto. Veintitrés años. Llega con 44 y marcha con 67. Durante su estancia en Soria había completado su obra más conocida, "Campos de Castilla", pero tras la muerte de su esposa, Segovia le daría el motivo para arrancar de nuevo su alma poeta al volver a enamorarse en su madurez. Doña Pilar de Valderrama le inspiró los versos de sus "Canciones a Guiomar" (nombre inspirado en el de la esposa de Jorge Manrique, por el que Machado siempre sintió enorme admiración), y que Concha Espina no dudaría, en virtud del dicterio político, de atribuir a amores adúlteros con una mujer casada. ¿Pero qué más da?. Lo importante es encontrar el amor, aunque sea debajo de las piedras. De las piedras segovianas.
(2002)
(2002)
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