"... yo os ofrezco en el llar
el fuego de un corazón,
que late en este mesón,
alegre como un cantar.
Os brindo también con él,
a la usanza de Castilla,
buen jarro, tosca vajilla,
buen yantar, limpio mantel."
(De la carta del 'Mesón de Cándido")
Dice el tópico que Segovia tiene forma de barco. El Alcázar, del que me contó Azucena que inspiró los castillos de Disney, sería la proa, mientras la Catedral, "la dama de las catedrales", figuraría el velamen, y el Acueducto -veinte siglos piedra sobre piedra, sin argamasa que las una- el muelle donde atraca. El Eresma y el Clamores, dos ríos formando tijera, que parecen querer cercenar la imponente mole donde se sitúa el palacio y fortaleza de los Trastámara, fijan a verde pincel los límites de la ciudad antigua.
Más allá, extramuros, los Carmelitas, donde San Juan de la Cruz yace entre escandalosos dorados, ajenos y lejanos a su humilde voluntad; la Fuencisla, con su leyenda de María del Salto, la judía conversa que su marido arrojó por las Peñas Grajeras y fue salvada, milagrosamente, por un coro de ángeles; el monasterio del Parral, modelo para trazas escurialenses; o la Vera Cruz, ese misterioso templo en dodecágono, aislado y solitario, con visos de leyenda, atribuido a los caballeros del Temple o a los del Santo Sepulcro. A la derecha, lejos, San Lorenzo, el barrio medieval por excelencia, testigo de numerosos rodajes para el cine. Bastante más, casi en el horizonte, está Zamarramala, la villa en que un día al año, por Santa Águeda, la mujer toma las riendas del poder y la vara de mando del consistorio.
Casi veinte iglesias románicas hay en Segovia, que junto a Zamora, constituyen las ciudades-patrimonio del antiguo arte. Déjenme citar San Esteban, con su preciosa torre bizantina, San Justo, la Trinidad, San Lorenzo o San Millán, como ejemplos palpables de una belleza que abruma al viajero. O magníficos torreones, como el de Hércules, Arias Dávila o de Lozoya, que sobrecogen el ánimo, y nos traen recuerdos de históricos personajes (Eraso, Portocarrero, Cuellar), prohombres de otro tiempo.
Llegados abajo, a la plaza del Azoguejo, ese enorme lagarto dormido que es el Acueducto, atrae todas las miradas. De él nos habló Cervantes, Quevedo en su Buscón ('yo, señor, soy de Segovia"), el Arcipreste de Hita, Lope de Vega, que conoció aquí su cárcel, Santa Teresa o Mesonero Romanos. Allí, junto al viejo Acueducto, el mesón de Cándido, que no parece irle a la zaga en su exquisita vetustez, con solariega terraza cuando el tiempo lo permite, refugio de sibaritas del buen comer.
Pero eso no es problema en Segovia, que cuenta con infinitos figones donde los gozadores del yantar se sentirán siempre satisfechos. Permitidme, por una vez, las 'sugerencias del chef': sopa castellana para calentar el estómago, judiones de la Granja para abrir el apetito, y cochinillo al horno de leña para calmarlo. Sirva un buen Ribera del Duero para el riego, y un ponche segoviano -finísimo pastel de la tierra- para el 'ite misa est'.
(2006)
(2006)
No hay comentarios:
Publicar un comentario