"Rey don Sancho, rey don Sancho,
no digas que no te aviso;
que del cerco de Zamora
un alevoso ha salido;
Bellido Dolfos se llama,
hijo de Dolfos Bellido;
si gran traidor es el padre,
mayor traidor es el hijo."
Penetrar en Zamora por el Portillo de la Traición , por donde Bellido Dolfos atravesó sus murallas clamando a voz en grito el asesinato de Sancho II, es toparse súbitamente con la historia. Estamos en el parque del castillo, a nuestra izquierda, San Isidoro, una de las veintitantas iglesias románicas, cargadas de cigüeñas, con que la ciudad nos sorprende a cada paso. El cimborrio bizantino de la catedral nos saluda desde lejos. Abajo habremos dejado Santiago de los Caballeros, donde fuese armado como tal el Cid, ese gran mercenario. No se puede evitar que resuenen al oído palabras del viejo romance:
"¡Afuera, afuera, Rodrigo, el soberbio castellano!
Acordársete debría de aquel buen tiempo pasado
que te armaron caballero en el altar de Santiago,
cuando el rey fue tu padrino, tú, Rodrigo, el ahijado;
mi padre te dio las armas, mi madre te dio el caballo,
yo te calcé espuela de oro porque fueses más honrado;
pensando casar contigo, ¡no lo quiso mi pecado!,
casástete con Jimena, hija del conde Lozano;
con ella hubiste dineros, conmigo hubieras estados;
dejaste hija de rey por tomar la de un vasallo."
Reproches de doña Urraca, personaje fascinante y casi desconocido de nuestra historia, hacia el caballero que olvidó su promesa de casamiento.
Zamora es románico, por si no lo habíamos dicho claramente, es piedra y paz, es pueblo que aspira a ciudad, abrazada por el Duero, cuyas tranquilas aguas necesitan ser agitadas por los azures para que parezca río en vez de espejo, es poesía e historia, de calles trazadas por serenos paseos.
Junto a la casa del Cid, la puerta del Obispo parece despeñarse sobre las aguas remansadas. La rúa de los Francos nos lleva a la iglesia de la Magdalena , de majestuoso porte; a Santa María la Nueva , testigo reconstruido de lo que fue uno de los episodios (no sabemos si históricos o legendarios) más sangrientos de la ciudad: el motín de la trucha, y al palacio de Alba y Aliste, transformado en bello Parador de Turismo. En la plaza Mayor, la calle de Balborraz o de los artesanos, pina cuesta que goza de merecida fama en ser la más fotografiada de Zamora, y poco más allá, Santa Clara, la calle por excelencia, la de las compras y los paseos, cafeterías y restaurantes, con un muñón, precioso muñón, en el centro: Santiago del Burgo, exenta y aislada, aunque exista la posibilidad de degustar algún plato apoyada la espalda contra sus muros. Un restaurante de terraza, así lo ofrece. Y más allá, la Marina , la ciudad moderna, el contraste del tráfago diario frente al silencio esculpido en piedra de su casco histórico y su Semana Santa.
Zamora es tierra de ajos y de vino ("que se mastica más que se bebe", según el dicho popular), de carnes castellanas y de pescado de Portugal y Galicia, con quien avecina. Toro le da los tintos, los blancos y rosados, Fermoselle y Benavente. Aliste su buena carne, Fuentesaúco las legumbres, el Duero le da la paz, la calma de sus aceñas, incluso la playa de Pelambres, llamada cariñosamente "de Benidorm".
Balborraz abajo, junto al río, una extraña conjunción de iglesia románica y fábrica de cerveza ha sido transformada en precioso hotel. El ábside del siglo XIII de Santa María de la Horta , me da las buenas noches por la ventana.
(2005)
(2005)
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