Me tropecé con Mújica Laínez, don Manuel, por pura casualidad, como me ha ocurrido mayoritariamente con los autores que de verdad me han entusiasmado. Debió ser la sobreabundancia de libros en la biblioteca pública o las estrecheces que éstos empezaban a padecer en los anaqueles, el caso es que había un añadido extraño, estrecho, como una librería de salón, de no más de un metro de ancho, atestada de libros en un lugar que antes era solo pasillo. En la parte superior, justo a la izquierda, Bomarzo era el primero. ¿Mújica Laínez? Me suena, pero no sé de qué. Lo llevé a casa, y después de las cien primeras páginas, aprovechando el primer viaje a Madrid y mi obligada visita a la Casa del Libro, lo compré. Algo parecido me ocurrió con los otros dos que componen una trilogía no declarada: El Unicornio y El laberinto. Esta vez fue Uniliber quien me echó una mano para hacerme con ellos. Prácticamente, desde que puse mis ojos en la primera página de Bomarzo, no paré hasta acabar esa trilogía. Y no me arrepiento.
BOMARZO transcurre durante el renacimiento italiano y narra la vida de un príncipe, Pier Francesco Orsini, un personaje deforme obsesionado por la creación de un jardín de monstruos cuya belleza aún perdura y que atrapó al propio Mújica, que decidió escribir la historia novelada y novelesca del jorobado príncipe. En ella podemos asistir desde la coronación de Carlos I de España a la batalla de Lepanto, pasando por la cotidianeidad del crimen y las poco edificantes costumbres de papas y personajes de la época. Al parecer, de esta obra, la más famosa de las tres, salió una ópera cuyo éxito o fracaso, desconozco.
EL UNICORNIO, segunda obra de la trilogía, se desarrolla en la Francia de la Edad Media. Su protagonista es un hada (sí, un hada con cuerpo de serpiente y alas de murciélago ¿qué pasa?), testigo de los avatares de esa época tumultuosa de las Cruzadas, que sigue las peripecias de su prole hasta la toma de Jerusalén por Saladino. La ferocidad y la brutalidad de aquellos oscuros tiempos ponen el marco de este mágico relato, en que la fantasía es una de sus principales bazas.
EL LABERINTO, última de la zaga, resulta mucho más familiar sobre todo en su primera mitad. Ginés de Silva, el chico que en la parte inferior del cuadro 'El entierro del Conde de Orgaz' mantiene un cirio encendido mientras contempla al espectador (y que según ciertos autores era hijo del Greco), nos mostrará la España de los tiempos de Felipe II, sus bellezas y sus miserias, antes de partir hacia las Américas. Declara ser hijo de la 'ilustre fregona' cervantina y sobrino del 'Caballero de la mano en el pecho', y con esos mimbres, Ginés nos presentará a personajes que van desde Lope de Vega al Inca Gracilaso, pasando por Fray Martín de Porres o Juan Espera en Dios (el Judío Errante que aparece en todas las de la trilogía de una forma u otra).
En común mantienen una excelente literatura, un estilo sin desperdicio que obliga a leer pausado, sin prisas, disfrutando siempre de su forma de contar, más que de la historia en sí. Una pléyade de personajes abarrota cada una de sus obras, a veces de forma circunstancial tan solo, convirtiéndolas en auténticos maremágnums, en verdadero plató de cine inundado de extras. La magia es, de alguna forma, algo común a las tres, si bien es en EL UNICORNIO donde más resuena su voz. La calidad literaria y el interés se mantienen en toda la trilogía, decayendo algo, para mi gusto, en el último tercio de EL LABERINTO.
Lo último ha sido su ‘Misteriosa Buenos Aires’, una colección de cuentos breves, muy entretenidos, generalmente situados entre los siglos XV al XVIII. Como ocurre con muchas obras literarias, comprenderé a quien se apasione con su estilo o lo denoste, asumiendo que no es material de consumo para el gran público o el amante exclusivo de betsellers de acción trepidante, escasa profundidad y poca complicación. Pero a mí, Mújica Laínez, me ha subyugado.
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