sábado, 12 de marzo de 2011

Setecientos kilómetros de dolor

Nada más cruel que advertir su ausencia,
(auténticos mordiscos en el alma),
colgado boca a bajo de la vida,
con síndrome de miedos pegados al cielo de la garganta.

El dolor se vuelve físico
y me abrazo a mí mismo como un padre,
intentando mitigar el dolor que crucifica.

Decido unos versos que mitiguen la angustia,
pero en vano me sirven de consuelo.
Nada hay que pueda curar la tristeza de una tarde de lluvia
sin ella,
cuando sé que lejos de mí, en la distancia,
tan bella como un amanecer de soles,
pierde sus ojos grises tras el balcón,
mirando el cielo más azul que conocí jamás. 

(2002)

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